Homoquiralidad L en aminoácidos o por qué la vida prefiere las proteínas "zurdas"

La quiralidad es una característica de ciertas sustancias químicas, entre ellas los aminoácidos, por la que se presentan en dos configuraciones relacionadas entre sí como imágenes especulares, que se suele ejemplificar con la consabida referencia a las manos, muy ilustrativa y palpable (nunca mejor dicho). Efectivamente, si enfrentamos nuestras manos (o, para introducir alguna novedad en el manido ejemplo, nuestros pies) observamos que cada una es respecto de la otra como su reflejo, y que no se pueden superponer de ninguna manera porque todos sus elementos quedan siempre orientados en sentido contrario, de forma que siempre hay que contar con un guante y un zapato expresamente fabricado para cada mano y pie que no son intercambiables.
En el caso de los compuestos químicos cada una de estas configuraciones recibe el nombre de enantiómero o isómero óptico, siendo esta última denominación debida al diferente efecto que inducen en un haz de luz polarizada que se haga pasar a través de una disolución que los contenga. Cada uno de ellos provocará el desvío de la luz hacia la izquierda o hacia la derecha recibiendo el nombre distintivo de levógiro o L y dextrógiro o D respectivamente. Pues bien, todos los aminoácidos que utiliza la vida en la construcción de proteínas son quirales con la única excepción de la glicina, y todos se presentan casi exclusivamente en su forma L, cuando en la naturaleza ambas formas se encuentran en igual proporción constituyendo mezclas llamadas racémicas (con un 50% de cada configuración), circunstancia cuya explicación aún no ha sido resuelta por los científicos a pesar de sus esfuerzos y de las numerosas teorías propuestas. Hay que advertir que se vienen identificando cada vez más aminoácidos dextrógiros integrados en diversas proteínas con importantes funciones fisiológicas en algunos casos, pero en su mayoría se producen a partir de aminoácidos L que posteriormente se transforman en D en un proceso relativamente sencillo. Además, su utilidad estriba precisamente en la dificultad para metabolizarlos, por lo que son comunes en secreciones venenosas o en películas protectoras de comunidades bacterianas, aunque según investigaciones recientes también parecen tener un papel importante en ciertos neurotransmisores. En cualquier caso la preeminencia de las formas L es abrumadora y la pregunta no ha perdido interés; ¿por qué precisamente aminoácidos L?
Las respuestas aportadas han sido muchas y variadas: algunos astrofísicos han propuesto que quizá la luz polarizada de una estrella, durante el periodo en el que la vida emergió, habría destruido selectivamente los aminoácidos dextrógiros, y otros han llegado a plantear que la propia Tierra pudo haberse formado con materiales enriquecidos en compuestos L a consecuencia de procesos ocurridos en el disco protoplanetario.
Robert M. Hazen se inclina por pensar que, a partir de una mezcla inicial racémica, alguna circunstancia del entorno físico privilegió una de las configuraciones durante la puesta en marcha de los sucesos químicos que acabaron por constituir la vida. Concretamente, y situándose en el escenario de un origen mineral de la vida, propone la concurrencia de cristales minerales en la selección de una particular configuración. Algunos cristales minerales tienen una estructura superficial especular, con caras de afinidad levógira y dextrógira que se presentan en igual número, de forma que cuando surgió una primera generación de moléculas autorreplicantes organizadas en el sistema del que al cabo surgió la vida, ocurrió sobre una superficie de afinidad levógira de algún cristal mineral, determinando de manera contingente y definitiva la vigencia de esta característica en su evolución posterior hasta hoy.
Otros autores como Koji Tamura, que se sitúa en este caso en un Mundo de ARN como el escenario en el que se impuso la homoquiralidad biológica, hace recaer la clave de la enantioselectividad en unas pequeñas estructuras que forman parte del ARN de transferencia y que se consideran la forma primordial de este tipo de ARN, así como los precursores de los actuales genes, las minihélices, que serían las responsables últimas de esta marcada preferencia por los aminoácidos L, impuesta cuando las proteínas se empezaron a incorporar a los incipientes sistemas bioquímicos, ya codificados en ARN, como herramientas enzimáticas. Más concretamente, propone que la aminoacilación de estas estructuras (que en la actualidad es un paso crucial en la construcción de proteínas), se empezó a producir mediante procesos no enzimáticos por oligonucleótidos aminoacil fosfato, compuestos que según estudios de R. Lohrmann se forman abióticamente. Este proceso provoca en la minihélice una marcada preferencia por los aminoácidos L, suficientemente eficaz según Tamura para determinar la enantioselectividad a lo largo de la evolución posterior de los sistemas biológicos.
G.L.J.A. Rikken y E. Raupach, por su parte, introdujeron la fotoquímica magnetoquiral como posible explicación del fenómeno. En sus trabajos apuntaron la posibilidad de que la influencia de un campo magnético jugara un papel determinante en la homoquiralidad de la vida. En este mismo sentido, un equipo de científicos españoles encabezado por Mª Paz Zorzano, del Centro de Astrobiología, ha publicado recientemente en la revista Challenges del Multidisciplinary Digital Publishing Institute (MDPI)[1] los resultados de un trabajo en el que se demuestra que la influencia de un campo magnético débil induce un sesgo en la orientación preferente de cristales de clorato sódico que se forman, por evaporación en condiciones ambientales, a partir de una disolución que contiene además una mezcla racémica de aminoácidos hidrófobos. Los autores concluyen que el campo magnético terrestre pudo haber jugado un papel decisivo en la química prebiótica, predisponiendo las condiciones que finalmente condujeron a la homoquiralidad L en todos los aminoácidos, quizá en concurrencia con otros procesos enantioselectivos como la interacción con minerales del tipo de la descrita por Hazen.
Sin embargo, después de todo lo expuesto, cabe hacer otras reflexiones sobre la cuestión desde otros
Representación artística de LUCA
puntos de vista. Por una parte, el hecho de que la vida funcione con compuestos de una única orientación está impuesto por una mera cuestión de funcionalidad, porque para utilizar las dos configuraciones cada célula tendría que contar con dos juegos completos de toda la maquinaria metabólica, lo que no sería operativo desde un punto de vista biológico. De otro lado y por lo que se sabe, toda la vida conocida desciende de un particular organismo, el celebérrimo LUCA, que por tanto ya debía utilizar aminoácidos L. Pero este antepasado común de toda forma de vida actual conocida era ya un organismo relativamente complejo que, según E. Koonin y M. Galparin, contaba con una dotación de 572 genes (sí, 572 precisamente es el número que ha resultado del método de cálculo matemático que emplearon en su estudio para caracterizarlo a partir de genomas actuales de diversas especies). Así, y de acuerdo con Boris Mirkin, LUCA sólo sería un paso intermedio entre los seres vivos actuales y sus propios ancestros, que constituirían una genealogía mucho más antigua y probablemente más amplia, de la que fue un representante con suerte. Es decir, que no fue el primer organismo ni, probablemente, el único que habría evolucionado a partir de la vida primigenia en los millones de años que separan la aparición de ésta de la del propio LUCA. Quizá en ese entretanto llegaran a existir variantes que se adaptaron a la utilización de aminoácidos D, cuya cuantía, incluso considerando los mecanismos de selección previa expuestos, se aproximaría al 50% del total de los disponibles.
Quizá una vez puestos en marcha los procesos químicos cíclicos autopromotores que las teorías del “metabolismo primero” consideran el fenómeno esencial en el origen de la vida, el acoplamiento posterior con un sistema de información basado en el ARN y la subsiguiente incorporación de las proteínas como herramientas metabólicas fuera un suceso puntual del que emergió la estirpe de LUCA, y la homoquiralidad L quedara establecida inevitablemente por mecanismos como los propuestos por Tamura, los únicos de los tratados que son deterministas y no plantean el hecho como una mera cuestión probabilística y fundamentalmente azarosa.
O quizá, como especula Paul Davies, la vida se hubiera originado más de una vez en el principio evolucionando en otra vía paralela a la de la vida conocida cuyos representantes podrían existir todavía y que, de hecho, son buscados por la ciencia en el todavía ampliamente desconocido mundo de los microorganismos, en el que algunos investigadores como Carol Cleland y Shelley Copley creen que podrían constituir una biosfera oculta o, mejor dicho, desapercibida hasta ahora. El hallazgo de organismos que usen aminoácidos D sería un indicio de que esto pudiera haber ocurrido, aunque incluso si se hallara tal organismo y resultara finalmente que también pertenece a la estirpe de LUCA, sería un descubrimiento sensacional que forzaría un replanteamiento de todo el asunto de la homoquiralidad. Un asunto que, de momento y como se puede ver, admite todavía demasiados “quizás”. Y aún queda explicar por qué los azúcares de los ácidos nucleicos son todos D.



[1] Enantioselective Crystallization of Sodium Chlorate in the Presence of Racemic Hydrophobic Amino Acids and Static Magnetic Fields. http://www.mdpi.com/2078-1547/5/1/175

Comentarios

Entradas populares de este blog

Biosfera profunda

Quimiosmosis y el origen de la vida

El fin del mundo